Jeiddy Martinez Armas
CUENTO
A mi abuela Isora:
Por inspirar esta historia, por el cariño y la imaginación.
Estabas sola en casa, triste y ansiosa. No podías dormir, aunque no querías hacerlo; deseabas desaparecer.
Casi toda tu familia estaba en la funeraria y tú allí, no podías moverte de aquel sofá. Anclada a él como el ícono del Microsoft Word a la barra de tareas, una unión indisoluble.
Te levantaste, quisiste ir al baño, cierto aire frío en tu brazo derecho te detuvo, un presentimiento, tal vez el espíritu, aquella de tu familia que todos acompañaban a unas cuadras de allí. Un sentimiento de compañía, en la dura soledad de aquella noche.
Volviste despacio al sofá, cabizbaja, llorando, ella en tu memoria, ella que en ese mismo instante yacía inerte, sin aliento, sin pulso.
Abriste con fuerza tu libro de Matemáticas, aunque era una esclavitud para ti volver a repetir una y otra vez el Teorema de Tales, la Ley de los Cosenos o aquellas difíciles fórmulas de la Geometría en el Espacio.
—Ese sería tu último intento en aquellos exámenes a la Universidad —te repetías en silencio—. Esa, la tercera ocasión en que pasarías por aquel estrés, pero en aquellas horas la tristeza de la muerte de tu abuela comprimía tu alma.
—Todo había sucedido muy rápido. Hacía tres días «mima» estaba perfecta —pensabas—.
─¿Por qué tuvo que sucederme esa gran desgracia?¿Morirse quien me cuidaba desde pequeña, sangre de mi sangre; justoel día antes de mi examen de Ingreso de Matemáticas? —te cuestionabas.
Seguiste en los cálculos de ecuaciones y problemas, aunque no resolvieras tu agobio, en un cincuenta por ciento tranquilizaban tu conciencia. Era improbable por la cercanía del examen, presentar el acta de defunción de tu abuela y hacer la prueba en otra convocatoria.
─Mija, ella estaría orgullosa de ti, ve a hacer el examen, no vas a resolver nada con estar toda la noche en la funeraria ─te dijo tu madre horas antes, mientras te abrazaba llorando.
Quedaste dormida, el cansancio, el estrés. Mirabas y era tu abuela, ahí delante, real, erguida, apenas a unos centímetros, la misma ropa de la última vez, la blusa verde, de flores, esa que tío Roly enviara hacía ya mucho, el short rojo, regalo de tu mamá.
Era una imagen nítida, perfecta. Querías tocarla, abrazarla por última vez, darle el último adiós, sentirla otra vez cerca, decirle cuanto la querías, eso aunque no la acompañaras ahora allí, en la funeraria, a un lado de la caja, ella no dejó de acompañarte nunca, te seducían sus historias, esas, las de una abuela joven, sirvienta en casa de «gente importante»; aquellas otras llenas de tesoros, asesinatos y magia negra.
Desde la nube cercana te habló con dulzura. Te pidió nunca olvidar las historias que desde pequeña te contaba y transmitírselas a tus descendientes.
Eso pensabas, eso mirándola, ella ahí, nítida, intestaste saltar, unirte a ella, abrazarla, tu impulso, vasto tu impulso, y tu caída, vasta tu caída, tú ahora en el piso, a un lado la cama, tú despierta, eso y la conciencia de haber dormido demasiado.
—Qué dolor en mis rodillas —gritaste─.
Luego de llorar un rato más, volviste entonces a aquel libro donde los números y los problemas se fundían en uno. En pocas horas tendrías aquel examen que tanto temías, aunque no eralo que más te entristecía.
—Mañana a la misma hora de la prueba de Matemáticas, estarán enterrando a mi abuela y no podré despedirme de ella —pensabas entre sollozos—.
Ahora tenías frente a ti el examen, ahora la veías. Ahí estaba ella, se despedía, flotaba más allá de la ventana, desde allá te llegó su sonrisa, después todo regresó a ser como antes, los árboles, el sol, sobre la mesa la prueba ahora terminada, miraste al cielo, las nubes, blancas, perfectas, redondas, eso y todo que regresaba a ser luz.
Jeiddy Martínez Armas, periodista de la Redacción Cultural de la Revista Bohemia y de la Revista Cartelera de Artex.
