*Un ex sicario retirado recuerda que matar antes era cuestión de honor. Siempre tirar de frente y jamás atacar a niños ni ancianos*
(Los nombres y lugares son ficticios para no afectar a terceros)

Los dos primeros palazos parten el alma y los que vienen después son una anestesia para el cuerpo, un preparativo para que el zarpazo de la muerte no vuelva loco al hombre en llamas.
Leobardo «La China» no es consciente de si gritó o no cuando lo estaban quemando. Después pensaría en los olores: esa bruma húmeda, invisible, que a veces sube desde la marisma olorosa a desechos de pescado que llaman guano.
De eso hace muchos años, cuando era sicario y para salirse del negocio le tocó una dura despedida. Hoy está jugando dominó en una terraza del barrio, al sur de Mazatlán, donde vive desde hace 10 años al cuidado de su hermana mayor, Lupe. Sus compañeros de partida son el albañil Carlos Rico, el mecánico Heberto Guzmán y el licenciado en Ciencias Sociales Agustín de la Hoz. El tema de conversación es la muerte.
–La muerte era mejor negocio antes. Ahora se han puesto de moda las cremaciones esas, porque salen baratas. Yo pregunto: ¿quieren economizar? Amárrenle al cadáver una piedra en el tobillo y tírenlo al río. Así les sale gratis y de paso se ahorran hasta la llorada —, cuenta.
En la estantería metálica hay un cuadro de Jesucristo, otro de la Virgen y varias figuritas de santos católicos. Junto a todos ellos, en la pared, un póster de Leonel Messi: fondo azul, silueta en blanco, un balón de fútbol en la cabeza.
La sala es un lugar pequeño pero acogedor. Dos sillones y una mesa de madera en la que están fotos de toda la familia. El ventanal muestra en el fondo a un pequeñito Leobardo.
— Yo no lo podía creer. Grité, salté, pedí que le tomaran una foto, pero no alcanzamos. Nunca había hecho ningún movimiento. Me emocioné mucho, grité como loco —, recuerda el hombre cuando Argentina ganó el mundial de fútbol.
Todos los días, «La China» recibe de su hermana mayor un baño de esponja. Durante el día, siempre, vienen al menos cuatro personas a hacerle terapias físicas y sicológicas. En la mañana, él permanece en su silla, cerca de las ventanas, o recorriendo la casa, o tomando el sol. Al mediodía, algún familiar le pone noticieros en la televisión. Es un espacio de relajación. Por la tarde, vuelve a la cama y entonces tienen que estarle cambiando constantemente de posiciones y poniéndole crema en el cuerpo para que no se le vaya a lastimar.
— No puedo negar que tengo la ilusión de que un día mi hermano se levante y vuelva a ser el de siempre. No importa cuánto tiempo pase. Pero también es cierto que todos los días convivo con el miedo de que se muera. Cuando yo me lo traje a la casa, le dije a Dios: ‘En tus manos pongo a tu hijo, que un día me prestaste’. Los doctores me dijeron que no viviría más allá de unos días y aquí sigue y está mejorando. Creo que es por algo, creo que mi hermano tiene un propósito aquí. Y mientras él siga luchando, yo seguiré luchando también —, comenta Lupe, su hermana.
Es que la muerte es una señora demasiado seria para jugar con niños, cuenta «La China», que primero se lo quiso llevar con su carta más fuerte: cáncer en la garganta.
—Me dejaron una cuerda y la mitad de la laringe. Tenía voz de ultratumba. Me sacaron también la manzana de Adán, el sueño de toda travesti –cuenta, siempre con humor.
Alguna vez se lo preguntaron. ¿Cuál es el sentido que más le dolería perder? Pensó en la vista, el oído, jamás en su voz. Lo dice lento y con una mano pegada al pecho, debajo del pañuelo que lleva amarrado al cuello. Debe presionar esa zona, sobre el orificio de la traqueostomía, para poder impulsar su voz hacia afuera.
A ratos le cuesta hablar y una tos seca interrumpe su conversación. Después de la primera operación pasó dos meses sin hablar, y hace seis, cuando se le ofreció esta entrevista por primera vez, aún no podía pronunciar ni una palabra.
— Me hizo bien estar mudo, a todo el mundo le haría bien un poco de silencio para pensarse. Los mazatlecos hablan tanto y agudo y gritado — dice.
Todos nacemos y morimos en algún lugar. Es ley de vida. Si la primera frase de esta crónica está reservada para datos en apariencia triviales es porque de seguro no lo son.
México es un ejemplo de manual de lo que Naciones Unidas convino en llamar desplazamiento forzado interno. Huir sin salir del propio país. En el mundo, estos traslados los suelen generar la guerra, la violencia política, religiosa o étnica, la violación sistemática de derechos humanos… En Sinaloa el narco.
Pero para esta historia lo más relevante es el pasado más cercano, cuando logra germinar de la “semilla mala”: la narco cultura.
— Antes no cualquiera andaba en la jugada, tenías que darte a respetar. Podías andar en la chingadera pero bien sordo con la familia, a los plebes los mandábamos la escuela y luego se iban a jugar. Esa madre del internet nos vino a chingar a todos—, comenta.
Sobre el Jueves Negro en Culiacán, «La China» recurre a una metáfora amenazante: “La violencia de las drogas es un cáncer. Y con un cáncer a veces pasa que te lo extirpan, y uno piensa que ya está sano, pero al poco resurge… y más agresivo. Así es esto. Los politicos deberían preocuparse. ¿Nosotros qué? En Sinaloa no pasa nada”.
